Salir de Madrid con calor, mucho calor… y en unas horas, acogidos por los muros de St. Marienkirche.
Un revivificador encuentro con un templo que en breve acoge la música de Diego Paqué.
Allí está, elevada entre casitas de cuento, con macetas en las ventanas y trazos de listones de madera en sus fachadas. El sonido de los árboles, que le ponen fondo, transporta a un estado de recogimiento calmo, en esta tarde de junio de la campiña alemana.
Entre los múltiples escenarios que Diego Paqué ha ocupado, con guitarras, laúd, bandurria… este, con sus vidrieras de colores, su púlpito de madera labrada, su órgano y su sencillo altar de culto… invita a la escucha y el goce.
El recibimiento, además de por Juan Jería, el organizador, viene acompañado por unos ojos atentos, oscurísimos, en la cabeza de quien nos mira como un adulto avejentado y no pasa de los doce. Hamsalá, escuchamos decir su nombre, al niño que viene desde Afganistán, y en este puebelcito alemán acogido.
Mientras preparamos cables, iluminación, escena, el muchachito ha desaparecido y ha regresado con el pelo negro lacio de agua, su camiseta nueva, y toda la expectación de su dolorida experiencia.
La luz de la tarde va decayendo y cambia los contornos del templo, al que va acudiendo el público en reverencial silencio.
Un público que se va caldeando con los acordes en la Merguiza de Diego paqué, su guitarra, la voz proyectada en las desnudas crucetas, laúd y mandolina se abrazan a las proyecciones de colores, que se funden con las paredes y la ornamentación mínima.
El relato, desde un púlpito reservado, acoge la engarzada literatura de Leonor Paqué, con canciones, versos, música y luz… Se convierte St Marienkirche en un espacio donde los presentes se unen al canto, las palmas y tarareos. Para culminar en un pateo sobre las losetas del suelo, que se multiplica de banca a banca, con un significado de queremos más.
El público en pie, palmea emocionado.
Vibra la mirada de Hamsalá, que en el pasillo central, lanza sus brazos, sus hombros y sus caderas en una danza espontánea, entre los muros de este templo ancestral, al ritmo del flamenco del músico autor vasco andalusí, en un baile de código universal, el de la alegría.