Ya no

Quizá siempre había tenido miedo pero nunca había sido tan consciente. Se dijo que la edad debía de haberle vuelto más ignorante, porque le había abocado a una sabiduría engañosa: conocer las cosas en profundidad le provocaba el pavor. Se miró las manos y comprobó como la telilla que las cubría ya no era tan elástica ni tan firme y limpia de marcas. La primera vez que observó avisos de vejez en su cuerpo no fue en las manos, y eso que las tiene uno tan en frente, para abrir una puerta, al acariciar, cuando las pones bajo el grifo … Continúa leyendo Ya no

Blanca de dientes

¿Pertenece acaso el ocaso a un rey? Y si así fuera, como el agua, el momento en que fluyen las palabras ¿pertenecen quizá, en ese instante, a un Dios? ¿Da derecho, tal vez, al creador, que determine las costumbres de los pueblos, de su gente, si a todos nos calienta y reúne por igual el calor de una lumbre? ¿Acaso, en el ocaso, diferentes rasgos se interfieren en el amor? ¿Entre los hermanos, sean negros o blancos? La causa, casual, me lleva a ti. Una alegría divina de vivir acerca mi alma a tu sombra, descubre mi piel e ilumina … Continúa leyendo Blanca de dientes

Adiós

Cuando ella se fue, no le dije adiós. Y no se lo dije porque no quería que se fuera. Así que hice muchos viajes, de aquí para allá, me encontré caminando por muy  diversos lugares, traté con gentes que no se iban a marchar, dormí en diferentes habitaciones y compartí experiencias de otros.  Así, tomando muchas rutas, embarcándome en variados proyectos, ofuscándome ante escollos e incomprensiones, siempre tantas, tan a mano, despistaría  a la realidad. Tramposa. Creía, me quería engañar, que si deseaba que no se marchara, si hacía como si fuese a seguir allí, con achaques, días malos y … Continúa leyendo Adiós

Aprendiendo a… que luchar, sostiene

De acuerdo. Seguiremos luchando. El humo en la boca deja un sabor amargo sucio. Por la noche, excitada, no podía dormir. Me sorprendí asustada, a ver si de nuevo iba a necesitar una dosis de nicotina, como entonces, en el pasado, en la sangre. Al caminar por la mañana me pregunté si deseaba llegar a casa a desayunar…  y fumar. Un momento muy placentero del día el del café, las tostadas, la calma después del ejercicio, y el ordenador esperando en la mesa sobre el mar de árboles, ¿necesitaba más? Duele la cabeza. La inminente subida del precio del tabaco, … Continúa leyendo Aprendiendo a… que luchar, sostiene

Aprendiendo a…

Sobre el mar de árboles que vivo las copas verde rabioso se mecen plácidas, sin ira en esta brisa de la tarde. Ante mí, sin embargo, es la mano pequeña, de piel fina y blanca de mi amiga la que veo. Sostiene un cigarrillo que se consume despacio, el que enciende, se permite, al terminar el día. La amiga que cuando quiere, bebe, si no quiere, no lo hace, nunca come demasiado, y fuma un cigarrillo, placentero, alguna noche. Las copas irregulares algo calmadas reciben el último sol a mi espalda y dejan escuchar la voz de otra de mis … Continúa leyendo Aprendiendo a…

El rastro

[…] La cabeza se le quedó algo ladeada, con el cabello alborotado sobre los ojos, un intenso calor donde la mano se había aplastado bruscamente contra su cara; y mientras, él, desencajado, la besaba con labios helados, la abrazaba ―«Perdón, Elena, perdón»―, la apartaba para mirarla, la volvía a abrazar ―«Soy un loco, estoy nervioso… perdóname»―; ella sólo oía el estallido de la mano. Y, detrás, el corazón: se le había desbocado, qué triste. Ya no podía hablar.   […] Sus amigos se convirtieron en estatuas a la mesa cuando tras un intercambio banal de opiniones, una discrepancia sobre cómo … Continúa leyendo El rastro

Tarde libre

[…] Removiendo el azúcar con lentitud mientras sentía el calor de la taza en el cuenco de la mano, pensó que no recordaba su casa a aquella hora, bajo la luz que empezaba a morir, esa presencia del día aún en las paredes, porque hacía muchas semanas que llegaba tarde. Entonces solía correr las cortinas para que la lámpara no convirtiese el ventanal en una pantalla de cine para los vecinos, con ella como única protagonista de la película. Se preparaba como cena algo extraído de plásticos y envases de aluminio que comía sin apenas notar sabores o temperaturas. Elegía … Continúa leyendo Tarde libre

El precipicio imaginario

[…] Tenía una cabeza cuadrada, algo alargada desde las sienes, como si se le escurriese allí donde estaba colocado el cerebro. El color de piel de su cara era similar al de las manos, algo amarillento, quizá producto de la luz artificial. El pelo, bastante largo, le cubría el cuello y raleaba sobre la frente. En ocasiones, al hacer un gesto de cabeza, se le desprendían unos mechones débiles sobre los ojos y los volvía a colocar en su lugar de un modo inconsciente. Sus ojos ―Teresa tuvo que tener cuidado para que él no se sintiera observado, especialmente en … Continúa leyendo El precipicio imaginario