Relatos

Dos mujeres sobre el linóleo

2016. Publicado por Amargord ediciones. ―De la libertad y otros cuentos―.

Está tendida en medio del pasillo, boca abajo. No hay signos de violencia ni ningún objeto fuera de su sitio. En mitad del largo pasillo entre la cocina y el salón, por donde entra la luz velada con las cortinas que mantiene libros y plantas y muebles en una quietud de pintura en un cuadro. Todo está como lo encuentra cuando va a casa de su amiga y tan placenteramente, se sienta en el sofá y comparten confidencias.

Cada cosa permanece en su lugar, solo que sin el movimiento y la agitación que su amiga Ramona pone en traer vasos, el hielo, una bandeja de frutos secos o patatas fritas que desbordan el plato y se inclina a recoger. Recorre en su ir y venir a la cocina la cobertura plástica sobre la vieja tarima, que encontró cuando alquiló la casa, algo deslustrada y fría, que persiste en mantener porque se limpia fácil.

Ahora permanece tendida y quieta sobre el hule con los arabescos desdibujados por las pisadas en el centro, y ambas texturas, la del suelo y la de su piel, parecen igual de inertes.
Cómo ha alcanzado Ramona tal postura, qué le ha podido ocurrir, por qué no se mueve, la han agredido o ha caído en un accidente de órganos que dejan súbitamente de funcionar… Leer Dos mujeres sobre el linóleo

 

El tren que nos lleva

2016. Publicado por Ediciones Diversidad Literaria. ―Todos contra Una―. 

En el andén de enfrente una hilera de personas arrebujadas en prendas de abrigo de diferentes tonos, con predominio de oscuros, grises y negros, me hace desear fotografiarlas.

Apenas percibo el tren que llega, ni a los que subimos a él como autómatas, con mucha prisa, tengamos necesidad de correr o no, llegar raudos al destino, inclinada la testuz como si fuésemos a empujar las toneladas de metal de los vagones con nuestra premura. El rebaño atraviesa desordenado la puerta que nos succiona hacia el calor.

Deslizamos el sentido visual y por un sistema de elección inescrutable, optamos cada viajero por un asiento libre. En cuatro enfrentados, tomo uno de pasillo, solo otro más ocupado por una señora. Aparta presurosa la bolsa acomodada en la plaza de ventanilla y me la cede con un ademán. Sin duda le parece el espacio predilecto.
No se preocupe, no hace falta.
Insiste en el esfuerzo de sujetar su minúsculo equipaje sobre las rodillas, prender el bastón que le descubro, subirse el mantón al cuello. Acepto y me sitúo donde me indica… Leer relato aquí

Un verano muy al sur

La tía Lili había venido este verano. Con ella había llegado, como todos los años, el tío Venancio. Tan comunes eran las visitas que habíamos olvidado que fue el tío quien un día había traído con él a su mujer, de tan lejos, al volante del coche grande y lujoso, que también traía. En una sillita en la parte de atrás viajaba esta vez su bebé, que había nacido el año anterior y lo miraba todo con sus enormes ojos negros bajo los rizos rubios, sin entender nada. No por su corta edad, sino por el idioma, que era distinto al que comenzaba a aprender en el jardín de infancia.

Pensamos que aquél verano hablaríamos casi todo el tiempo del nuevo bebé… Leer Un verano muy al sur

El encuentro

[…] En el equipo, diseccionado invisiblemente por un escalpelo de diferencias, rencores, frustraciones y envidias, el calor de una colega era un rico alimento que permitía seguir café adelante.
La nueva vuelve a negar, a resistirse, y sentencia con una mueca casi sonrisa colgada sobre los informes redactados:
-Cuando cobre.
Cuando cobre, dijo. Lo pronunció sin dolo. Sin humillación. Más bien con la alegría de un presagio pronto cumplido. Heroína de temporal. ¿Por qué al escucharla esa idea ocupa su cabeza? Heroína contra viento raquítico de autenticidad y frente a tempestades sociales.

Comprende, avergonzada, en el breve espacio de la pronunciación de esas dos palabras, que se ha olvidado. En un entorno de profesionales bien pagados, ella misma ha perdido la noción de lo que significa tal vivencia, las monedas que regatear a un simple café ante la barra de cualquier local de la ciudad… Leer El encuentro

Voces en un patio

El olor ocupaba el espacio y parecía tener forma redondeada entre los muebles, el armario de tres cuerpos con el espejo en medio, sin llegar a diluirse hacia la cómoda de la derecha ni perderse del todo en la cama del fondo. Al cerrar la puerta estaba allí, denso, gaseoso, pulsátil, presente en ausencia de él, un olor cuya fantasmal sustancia desaparecía al encender la lámpara de foco y cristal labrado polvoriento pegado al techo.

Sin embargo prefería no encenderla, y tras el sonido de la puerta al cerrarse a su espalda, se quedaba quieta un instante en medio de los espejos de cómoda y guardarropa que la reflejaban metálicos, sentía Nora al verse en ellos de soslayo en la penumbra, con las prendas que se había puesto en su casa antes de emprender el camino como cada tarde.

Con el cierre de la puerta había alcanzado la cumbre de la habitación y librado una batalla… Leer Voces en un patio

La puerta en lo hondo

La nieve prendida en oquedades de las rocas fijaban la atención de mis ojos. Parecía escarchada a aquella hora de la mañana, sobre las piedras del terreno abrupto junto al que habíamos aparcado. Sentía placer al observar la nieve y las aristas pétreas asomar entre ella, gusto al asegurar dónde poner los pies, algo estable en la conmoción que vivíamos.
En las pisadas quería centrar todo mi interés, o el máximo posible, aunque no podía, porque continuaba su avance vehemente, casi marcial. Sin dejar de escuchar, oírle relatar aquellas cosas que tanto me inquietaban. Seguirla, desde que la conocí, y no pude dejar su huella… Leer La puerta en lo hondo

Sin pertenencia

Qué frío, ya está oscuro, y hace un poco empezó a llover. Aunque me he sentado debajo de esta tejavana y me arrimo a la pared de la casilla, el agua se cuela con el viento, y me moja un poco la punta de los zapatos. Está todo negro y miro cómo de los charcos se hacen ríos que van para la carretera. Aunque es agua y lo sé, de lo negra que está, el caminito de lluvia parece galipó. O aceite viejo. Se va despacio, escapa por la cuneta en cuesta.
Me aprieto las manos entre las piernas y luego desabotono la chaqueta y me la cruzo contra el pecho, con las manos debajo de los brazos, a ver si así se me pasa el escozor de los dedos por el frío.
Ha pasado uno corriendo cuesta arriba, pero en lo oscuro, que la luz de la bombilla no me alcanza, creo que no me ha visto. Puedo quedarme aquí, el tiempo que quiera. Nadie sabe dónde estoy. Tardarían en encontrame… Leer Sin pertenencia

 

Suplicio chino
Era un golfo prematuro. Su mayor entretenimiento consistía en saltar las tapias de las tabernas, por donde sabía que estaba el almacén, y robar todas las botellas que le cabían entre los brazos. Más de una vez estuvo a punto de darse un golpe serio que fuera más allá de las rodillas heridas en el momento de saltar. Apilaba las botellas en el bajo de una escalera donde se reunía a fumar la cuadrilla de adolescentes del poblado. Tenían una cerradura que no les costaba nada abrir y menos volver a cerrar y allí, en la oscuridad, fumaban durante horas, bebían de las botellas sin conocer el contenido hasta el primer sorbo, y hablaban de chicas…

Una pompa de jabón

Se conocieron en una inmobiliaria, mientras ambos esperaban a que les atendieran. Se entretenían con periódicos y revistas y, al levantar la vista, cruzaron la mirada varias veces. Se sonrieron. Comenzaron a hablar.
Ella observó que él tenía unos ojos impresionantes, le parecieron limpios y serenos.
El sintió vértigo al mirarle las rodillas.
Los llevaron juntos a ver casas. Después de todo un día de visitas, a los dos les gustó la misma y él se la cedió, amable. Le encantó poder saber dónde viviría.
Unos días después la llamó por teléfono y, por encima de su temor a que rehusase, la invitó a ver el apartamento que había encontrado en un barrio nuevo…

Hija de niña

Teresa tuvo a Doria con 16 años. Se empeñó en tenerla. Le pareció que ninguna otra cosa iba a ser más suya y se sintió complacida porque la habían educado en la creencia de que poseer era lo realmente importante.
No sirvió de nada que sus padres, dueños de la única funeraria de la ciudad, le propusieran ir a una clínica especializada en esos casos, ni quiso oír hablar de ceder a su bebé en adopción. Teresa vivió nueve meses más hinchada de orgullo que de embarazo, apuntando a todo el mundo con un meloncito de barriga y desafiándoles con un alzamiento de ceja si escuchaba el más mínimo murmullo desaprobatorio…

Miel agria

Nunca iba a las fiestas que daba su hermana en casa. Desde que decidieron no vivir juntas y Esther se fue a otro piso, le resultaba insoportable comprobar que sus reuniones tuvieran tanto éxito. Se debía sin duda a que Esther era una mujer preciosa. Y dulce. Los amigos la adoraban. Se había detenido en cierto punto de la infancia por el que todos la elegían: por su sencillez al escuchar o su disposición para la risa…

Nana, nanita, nana

Cada noche Antonio salía a dar un paseo y fumar el último cigarro. Recorría un tramo corto bordeando las casas de la vecindad hasta llegar al camino que venía del pueblo grande. Siempre le acompañaba su hija Belén, que no hablaba, ocupada en acompasar el trote al paso largo de su padre. Luego se quedaban un rato mirando la carretera, tan por vieja que no tenía ni líneas, y de la que no se sabía si alguna vez las tuvo. De vez en cuando, desde lejos y por la orilla, se acercaba alguien que venía ligero y descubría a las dos siluetas ―una infantil, otra de adulto con un punto de luz que se intensificaba a intervalos regulares, rojo bajo la blancura de la farola― inmóviles…

El rastro

Se había amodorrado un instante y se despertó sobresaltada. Durante unos segundos le extrañó no ver ante sí la mesilla con la fotografía enmarcada de su boda.
Se subió el abrigo con el que se arropaba, buscó mejor postura en el asiento y fijó la vista en los árboles que pasaban veloces tras el cristal. Era un placer dejarse llevar, mirar a nada, con los campos pegándose a los ojos.
Se marchaba. Esos árboles y riscos huidizos eran quienes le decían que se alejaba de él, del hombre fuerte, seguro de sí mismo, convincente, del que se enamoró con dieciocho años. Ni siquiera recordaba exactamente cómo había metido algo de ropa en la maleta, mientras repetía que debía irse. Irse. Irse. Irse…

Culminación de un proyecto

Julio estaba bastante aburrido aquel día. Era un día muy soleado y él detestaba la luminosidad dando una espantosa realidad al aire de su habitación. No se había levantado a las siete de la mañana. El despertador solo le molestó un instante, el justo para, en el momento siguiente, tener el placer de darse la vuelta en la cama y hacerse un delicioso hueco nuevo en la almohada.
Adama no se había salido con la suya cuando, antes de irse a las tres de la madrugada, había cogido el relojito entre las manos, rojo contra su combinación blanca, y le había dado cuerda para que le despertara cuatro horas más tarde. «Te tienes que presentar a esa prueba, Julio», le había dicho seria, ceñuda y casi fea antes de ponerse las bragas y mientras se hacía una carrera en la media de liga con las uñas…

Sálvame de esta bañera clara      

Soy un hombre atractivo. Mi atracción consiste en mentir a las mujeres, nunca decirles la verdad de lo que pienso o sobre mis verdaderos sentimientos. He fingido tantas veces que ya no sé bien cuáles  son realmente. Ellas, la mayoría no me creen, pero juegan a aceptar las frivolidades con que suelo adornar mis conversaciones. El cuento que mayor éxito tiene, el que más hembras   ha atraído hacia mi cama…

El precipicio imaginario                                                              

Teresa se estaba depilando en su habitación,  sentada en una silla con la pierna derecha apoyada en un taburete. El sol de la tarde se colaba juguetón por entre los arabescos de las cortinas y le dibujaba sombras floreadas en la cara. Era sábado por la tarde y Fernando había ido al aeropuerto a…

Tarde Libre

Se impacientó ante la puerta intentando encontrar con las yemas de los dedos la carterita de las llaves dentro del bolso. Cuando llevaba tanto rato que ya empezaba mentalmente a buscar soluciones para su pérdida, entre furiosas exclamaciones ahogadas en los labios, el índice de la derecha la tocó en una esquina del bolso habitado por pañuelos de papel, estuche para las gafas, agendas, monedas, cigarrillos y una amplia gama de perfumería.
Con la desazón por el mal rato frente a la puerta, se olvidó de limpiarse las suelas de los zapatos en el felpudo y al poner la huella húmeda sobre el parqué, le dolió…

Ya no

Quizá siempre había tenido miedo pero nunca había sido tan consciente. Se dijo que la edad debía haberle vuelto más ignorante porque le había abocado a una sabiduría engañosa, puesto que conocer las cosas en profundidad provocaba el pavor. Se miró las manos y comprobó como la telilla que las cubría ya no era tan elástica ni tan firme y limpia de marcas. La primera vez que observó avisos de vejez en su cuerpo no fue en las manos…

 

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