Perdida

Se despertó de la siesta y supo por su propio resuello que algo se había trastornado. Notó un cosquilleo rasposo. La lengüecita rosada de la gata lamía en su postilla. Apartó la tierna plasticidad de su cuerpo tibio y observó la piel inflamada en torno al costurón. Cuando con la pierna flexionada y ligeramente sostenida en el aire quiso prepararse una cafetera que le sirviera para digerir las medicinas, la herida comenzó a palpitar, y no transcurrió demasiado hasta que el punzante latido alcanzó sus sienes y su nuca. La náusea naciente no menguó con la sustancia del pan migado … Continúa leyendo Perdida