El rastro
[…] La cabeza se le quedó algo ladeada, con el cabello alborotado sobre los ojos, un intenso calor donde la mano se había aplastado bruscamente contra su cara; y mientras, él, desencajado, la besaba con labios helados, la abrazaba ―«Perdón, Elena, perdón»―, la apartaba para mirarla, la volvía a abrazar ―«Soy un loco, estoy nervioso… perdóname»―; ella sólo oía el estallido de la mano. Y, detrás, el corazón: se le había desbocado, qué triste. Ya no podía hablar. […] Sus amigos se convirtieron en estatuas a la mesa cuando tras un intercambio banal de opiniones, una discrepancia sobre cómo … Continúa leyendo El rastro