Dos mujeres sobre el linóleo

Está tendida en medio del pasillo, boca abajo. No hay signos de violencia ni ningún objeto fuera de su sitio. En mitad del largo pasillo entre la cocina y el salón, por donde entra la luz velada con las cortinas que mantiene libros y plantas y muebles en una quietud de pintura en un cuadro. Todo está como lo encuentra cuando va a casa de su amiga y tan placenteramente, se sienta en el sofá y comparten confidencias. Cada cosa permanece en su lugar, solo que sin el movimiento y la agitación que su amiga Ramona pone en traer vasos, … Continúa leyendo Dos mujeres sobre el linóleo

El precipicio imaginario

Le recorría despacio el precipicio imaginado en torno a su ombligo con las yemas de los dedos algo húmedas, a pequeños trompicones, sin dejar nunca que penetrasen en el diminuto hueco, como si temiera que un dedo se le fuese a resbalar dentro, para quedarse siempre en el fondo, entre los pliegues de una costura que llevaba allí más de treinta años. Habían hecho el amor y ahora él la acariciaba en un rito viejo, gastado, porque ―según suponía ella― debía de haber leído en algún libro que, después del coito, las caricias ayudan a acercarse al otro tras la … Continúa leyendo El precipicio imaginario

Culminación de un proyecto

Julio se giró al otro lado de la cama, buscando la frescura de las sábanas, cuando sonó el teléfono. «Adama ya se ha enterado de que no he acudido a la cita», pensó mientras levantaba el auricular y se preparaba para los reproches. ―¿Julio Izquierdo, por favor? ―preguntó una voz femenina, aniñada, que no era la de Adama. ―Sí, soy yo ―respondió, algo sorprendido al tener que cambiar bruscamente su esquema mental ante un interlocutor desconocido. ―Soy Gloria, de la empresa ATF ―. Y se quedó callada como si con lo dicho estuviese todo explicado. ―¿Y? ―preguntó. ―Dentro de menos … Continúa leyendo Culminación de un proyecto

El rastro

[…] La cabeza se le quedó algo ladeada, con el cabello alborotado sobre los ojos, un intenso calor donde la mano se había aplastado bruscamente contra su cara; y mientras, él, desencajado, la besaba con labios helados, la abrazaba ―«Perdón, Elena, perdón»―, la apartaba para mirarla, la volvía a abrazar ―«Soy un loco, estoy nervioso… perdóname»―; ella sólo oía el estallido de la mano. Y, detrás, el corazón: se le había desbocado, qué triste. Ya no podía hablar.   […] Sus amigos se convirtieron en estatuas a la mesa cuando tras un intercambio banal de opiniones, una discrepancia sobre cómo … Continúa leyendo El rastro