Sin pertenencia

Qué frío, ya está oscuro, y hace un poco empezó a llover. Me he sentado debajo de esta tejavana y me arrimo a la pared de la casilla… el agua se cuela con el viento, y me moja un poco la punta de los zapatos. Está todo negro y miro cómo de los charcos se hacen ríos que van para la carretera. Aunque es agua y lo sé, de lo negra que está, el caminito de lluvia parece galipó. O aceite viejo. Se va despacio, escapa por la cuneta en cuesta.

Me aprieto las manos entre las piernas y luego desabotono la chaqueta y me la cruzo contra el pecho, con las manos debajo de los brazos, a ver si así se me pasa el escozor de los dedos por el frío.

Ha pasado uno corriendo cuesta arriba, pero en lo oscuro, que la luz de la bombilla no me alcanza, creo que no me ha visto. Puedo quedarme aquí, el tiempo que quiera. Nadie sabe dónde estoy. Tardarían en encontrame. Me sé este escondrijo de cuando mi amiga Isa me pidió que la acompañara a esperar a su hermano, que el microbús le dejaba cerca de esta casilla.

No sé qué habrá dentro de la caseta donde me apoyo, tiene la puerta cerrada un poco más allá, y no le veo ventanas. Aquí mismo esperamos mucho rato al hermano de Isa, hasta que llegó, y ya subimos juntos la cuesta para el barrio, con el hermano contento porque habíamos salido a recibirle.

Pero aquel día Isa y yo jugamos a las adivinanzas, y a los cromos, que nos habíamos puesto de acuerdo para llevar en el bolsillo. Aquella vez también llovía, y hacíamos parapeto con nuestra espalda y mucho cuidado, para que los cromos no se nos mojasen.

Estoy agusto aquí.

No tengo hambre. La merienda estaba rica, en casa de la abuela. El chocolate con almendras de las fiestas. Qué fiesta… No lo sé. Es fiesta porque se reúnen en una casa los mayores. Casi siempre la de la abuela. Casi no cabemos todos en la cocina. Era difícil bailar en ese poco sitio de la cocina, como querían.

Venga a hacerme palmas.

Y a gritar cosas.

Se reían.

No tiene arte, dicen. Y se ríen todos a la vez. Con toda la bocota abierta.

No sé que es tener arte, no sé si quiero tener arte. Pero sé que no quiero que se rían. Quiero gustarles. Y no me cabe el baile entre las banquetas y pies y piernas en la cocina de la abuela, con todos dando palmas y cantando. Giro y giro, taconeando con los zapatos en las baldosas, giro y un poco me mareo.

Mi madre tiene cogida a mi hermana, más pequeña. A ver si tú sacas el arte, hija mía, le suelta, mientras le aprieta los mofletes y le da achuchones y muchos besos que oigo por encima de las voces y canciones.

Tengo que tener arte. Pero no me sale. Quieren que baile y voltee las manos y la cintura y las caderas para adelante y en redondo, como salen las bailarinas que les gustan en la tele. Mi padre fuma detrás de las mujeres, en la entrada de la cocina, hace corro con mis tíos: hablan, miran, palmean, fuman y se ríen.

Parece que todos los de la cocina hablan a la vez.

Parece que todos quieren lo mismo.

Arte de arte, tener arte, que no sé qué es. Lo que sé es que tenía que haber nacido con él. Eso dicen las tías: se nace o no se nace. Ni con escuela, aseguran levantando la barbilla y haciendo burla.

Algunos de mis primos pequeños se han puesto a llorar, o a chillar, y los mayores siguen con las palmas, los cantos, las voces, un primo le da un tirón de pelos a mi hermana y mi tía le da un manotazo y siguen cantando, y los hombres fumando y no tengo hambre, pero me mareo, me canso de dar vueltas, hacer como gimnasia tratando de pescar la música de palmas y manotazos en la mesa de los que están más cerca, el rabo de cucharas contra los vasos o la botella de anis los otros.

Se ha acabado. Han dejado las palmas y se han puesto a hablar, unos a otros, todos a la vez, a ofrecerse tabaco, a pedir un trapo, madre, que le limpie los mocos a esta niña, deja a tu hermano, que te casco, ¿Has traído la gaseosa, Maripili? Te tengo dicho que no metas el dedo en la taza, cacho guarro, sal pafuera de una vez, Antonio, que estoy harta de escucharte, deja de patalear que me das en las espinillas, Carmencica, ¿tú el lunes llevas a estos al de cabecera? Yo no sé si ponerle la vacuna ya o si esperarme…

Ya no cantan. Ni yo bailo. Tampoco me siento, porque no hay dónde. La ventana de la cocina está abierta, porque es tarde sin frío ni calor y apetece que entre la fresca, con tantos dentro.

Quiero irme. Me gustaría que hubieran inventado lo de desaparecer. Cierras los ojos, lo deseas y zas, desapareces. Te has ido. A otro sitio. Aunque no se si el invento dejará elegir a dónde se quiere ir. Pero con irme ya vale.

Tengo que inventar algo para que mi madre me deje.

Tengo que pensar fuerte.

Ya está.

-¿Ahora vas a ir a casa a por la chaqueta, niña? ¿Tanto frío tienes? A ver si vas a estar mala… No, la frente no la tienes caliente. Bueno, dile a tu padre que te de la llave. Vas y vuelves. Está colgada en el armario del cuarto de tu tío, allí la tienes.

No sé cómo he saltado las escaleras, ni me he dado cuenta, ni me importa ahora, debajo de la tejavana, esquivando goteras que han empezado a colarse.

Cómo me he atrevido, ni idea. La chaqueta de punto con pelo suave, la que me compró mi madre para la comunión de mis primos, la chaqueta más bonita que tengo, la ropa más preciosa, la que me dejan solo para los días de fiesta. Me la he puesto y me he atrevido a lo otro.

Lo he cogido porque sabía dónde lo guarda mama. No me lo ha dicho, pero lo he visto, cuando papá trajo el sobre más gordo, mamá lo guardo allí. Un billete de los grandes, el más grande. Y lo he cogido.

Me lo he guardado en el bolsillo de la chaqueta y ahora, si meto la mano, cruje un poco.

Lo voy a hacer. Quiero hacerlo y ya lo he pensado.

Así que solo tengo que atreverme a salir de la caseta, ahora que ha parado de llover, y hacerlo.

Salgo y en nada estoy en la estación.

Ahora solo me tengo que atrever a lo siguiente. Quizá no me lo dé, igual me ve pequeña y entonces, se acabó. Igual llaman a un guardia. Tengo que atreverme.

Le veo poca cara detrás de la ventanilla. Le pido el billete. No me mira ni mal ni más. Me lo da. Y se queda esperando. Me doy cuenta: llevo la mano al bolsillo y saco el billete nuevo, del sobre más gordo que ganó papá.

Me devuelve billetes más pequeños y monedas. Me voy hacia la otra punta del andén. Miro el reloj: dice lo poco que falta para que llegue el tren. Sé a donde va, porque he ido con mamá. Sé las estaciones y el sitio donde me deja. Sé que no sé ninguna otra cosa. Ya no sé qué hay después, porque cuando voy con mamá me lleva de la mano o me dice que vaya por delante y no me fijo en las calles. Sé que hay muchas calles y gentes y sitios. Allí voy que es como no ir a ninguna parte. Solo que quiero irme.

Si me voy, igual ya no les veo más, nunca en mi vida jamás. Si me voy, mi hermana ya no… Si llega el tren y me atrevo y entro en un coche y me siento y me lleva por todas las paradas hasta el final, donde toda la gente se levanta y sale, y te tienes que levantar porque se llevan el tren a tampoco se dónde, pero no es un sitio para personas, entonces, no sé qué va a pasar. No sé a quién veré. Quién me verá. Qué hare. Cómo dormiré ni cómo será por la mañana, sin mamá que me dice vístete en la cocina, que he encendido la chapa.

No sé nada. Aunque sí que mama se pondrá a llorar. Y a buscarme. Un poco loca, como cuando se enfada, y papá dirá palabrotas, juramentos, las llama mamá.

El reloj de la estación dice que ya en nada viene el siguiente tren. Hay más gente ahora: una pareja de marido y mujer, un señor mayor, un hombre con bolsa y ropa de trabajo.

Llueve otra vez y me aparto para que no se me moje el pelo de la chaquetilla nueva.

Quiero irme y así no me dirán más que saque el arte, esa cosa que no tengo y tenía que haber nacido con ella, pero no me salió; que no se rían, y de qué se ríen, por qué tengo que bailar y gustarles, por qué tengo que tener arte para que me quieran.

El tren asoma allí lejos, le veo las luces. Tengo frío porque al final se me han mojado los pies por dentro.

La chapa de casa estará calentita.

Tengo que atreverme otra vez.

Tengo que decirle al señor de la ventanilla que me devuelva el dinero y que le doy el billete de tren porque ya no quiero ir a ninguna parte. Ni que mamá llore ni papá jure. Tengo que mucho, aunque igual no quiere, y ya no podré volver a casa. Me atrevo. Me mira, lee mi billete y saca de debajo unas monedas hasta el tapete de la ventanilla. Las cojo, las guardo todas en el bolsillo y sin sacar la mano echo a correr. Corro como una loca, tengo que volver, antes de que se enteren, antes de que me echen en falta.

Cerca de las primeros bloques me paro. Me doy cuenta: mamá se va a dar cuenta. No tengo billete. No puedo devolver monedas a la caja donde guarda el pino de mentiras, con los hierros donde pegan unas hojitas verdes de plástico para que parezca árbol de navidad. Mamá sabe que guarda un billete, no billetes pequeños y monedas que caerán al fondo de la caja, la que está todo el año entre el armario de su cuarto y la pared, hasta que es navidad otra vez.

No le podré decir que lo he cogido, el billete nuevo y para qué. Me quema todo desde la rodilla hasta la garganta, pasando por la tripa, que me aprieto ahora.

Me va a dar una paliza de las que me dejan sin respiración en el suelo. Seguro que con el palo de la escoba, a lo peor coge el hierro de la chapa, de lo gordo que es lo que he hecho, aunque no le diga ni se entere de lo del billete, la estación, el sitio lejos a donde quiero irme para no volver a morirme de verguenza sin el arte ese que quieren que tenga.

Tengo que entrar en un bar, pensar en un bar del barrio que no conozcan mucho a papá y mamá y probar. Está tan lleno y la barra es tan alta que casi me tengo que empinar para que me vea el tendero. Que si me cambia en un billete. Me mira raro, pero no pregunta para qué. Respiro mucho, como un pez, cuando veo el billete encima del mostrador que cojo rápido y salgo a todo correr hasta casa, para devolverlo a la caja de cartón donde se guarda el árbol de navidad. Lo miro por un lado y por el otro antes de doblarlo y colocarlo como creo que estaba.

Es más viejo, este billete no es tan nuevo como el que le dieron a papá. Igual mamá se da cuenta. Tengo que ir a casa de la abuela. Devolver la llave y hacer como si nada.

Todos los días voy a pensar si mamá se va a dar cuenta de que el billete es otro.
Pero lo he cogido, he comprado el billete del tren, lo he devuelto, me han cambiado en el bar. Y no ha pasado nada.

No va a pasar nada.

Y eso que quería irme para donde no les viera más.

No tengo arte, arte de palmas. Pero mira todo lo que he hecho, de mayores, que si me monto en el tren, no sé… No tengo ese arte que quieren para ser guapa, niña bonita en la familia. Soy de las otras, de las de irme. De las viajeras. Casi.

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