Nuestros muertos viven en la cocina

Cuando todos pensaban que habíamos desaparecido

compañía teatral Vaca 35 y Diego Paqué. Firatàrrega 2015

Crónica de Leonor Paqué

Cuando 2
Fotografías David Pozón

Me llamo Venancio Morante. Vivo en la calle desde el día en que sentí la corbata que me anudaba para ir a trabajar estrangularme el aire entero. Sé que mi familia me busca con tanto ahínco como yo me escondo, aquí, a unos kilómetros de la que era mi ciudad.

Esta mañana me he levantado temprano del rincón que anoche me costó encontrar para esconderme y dormir: todas las plazas y jardines y parques están llenos de gente y furgonas, camionetas y coches, desbordando un recinto ferial las más de cien mil almas que acuden a un pequeño pueblo en fiesta de artes escénicas. Les convoca lo mismo que me ha llevado a la fuente del camino viejo para lavarme un poco antes de la función.

Voy al teatro porque quise ser poeta y mi padre me advirtió que escribir versos además de maricón me haría un muerto de hambre. Eso fue poco antes de que abriera el cajón de sus corbatas, eligiera varias que me tendió junto al puesto de oficinista en el que me enchufó.

La acaricio en el bolsillo -mientras camino junto a la larga fila de aficionados, grupos y parejas que se encaminan a la nave 15-, sobada y con manchurrones, la conservo para recordarme cómo ahogaba la hijaputa. Me he camuflado entre la gente y en los barrotes de acceso la mujerona con identificación al cuello y carpeta censora, no me ha dado el alto, y eso que no tengo entrada. He podido pasar ligero, comprobar idéntica sensación de llegar tarde en todos los que van adentrándose en el silo, cuando tras los portones abiertos, nos recibe una jarana de guitarra -lo bien que me va a sentar después del incidente en la fuente con esos bestias-, un danzante cantor nos acompaña, entre quiebros, jaleos, algarabía de pucheros, sartenes, ollas y cazuelas puestas a hervir, arengados a sentarnos en las gradas para compartir la fiesta y cacerolada.

Que han asesinado a una bailarina, su esposo, ¡hijo de la gran chingada!; que han matado a un niño mirando al cielo no sé dónde; que un manojo de estudiantes ha pasado por la piedra; que también han fusilado a un poeta… Ya lo decía mi padre: ¡poeta, muerte y mierda! En el sitio de mi corbata, al precipicio de las palabras, un tajo, un tiro, una descarga, una buena paletada de tierra y fuera.

La chiquilla cuenta y gime; una mujer elástica, global, parece la suya piel tejida en serpiente, relata; la diva oronda eleva los brazos y no puedo separar de sus pechos vivos la mirada; esa voz que clama se me va a colar en los sueños cuando repose la cabeza en un cartón de leche -no vaya a ser que en el sueño, venga otro y me lo birle-, del actor que, ¡cómo baila!, ni en las discotecas fashion a las que me llevaba mi esposa vi nunca una danza tan magnética, primera… Saldría a darle el bis, a emparejarme.

Cómo duele, cómo duele, qué es eso que tanto daña, casi me asfixia, y sigue arrugada la corbata en el bolsillo, un traguito de agua, por caridad, se me están estremeciendo las piernas, no de hambre, que esta mañana cacé un churrusco olvidado en la ventana de un Kebab. Es el actor galán, habla de mí. Dice de Venancio Morante, que venía para la feria.

En esta olla, esta perola, un chef barbudo -seguro que para disimular su juventud y esconder tras el cabello su vulnerabilidad de hombre-, nos engaña. Parece que emboca para la huerta, probamos con la puntita de la cuchara, explosionan mixturas de sabores que nos jalan a donde no creía uno que esta mañanita tibia, de escena, iba a arribar. Qué hábil, muchacho, me habrías enseñado a ser poeta si te hubiera conocido antes, de haber sido tú mi amigo.

¿Qué hablan? ¿Qué cuentan? ¿Qué pasa tras la mesa?

Medio me he dormido prendido en ese hilado que no son luces ni colores ni escenarios, ni ornamento: es la música. El de la guitarra, que nos recibió con tanta fiesta, parecía de guasa, luego se ha hecho diablo, ahora relata, se hace como los demás al contar con voz trémula. Es el músico especiando la escena, aquí pica, allí endulza, condimenta y sazona su voz, que escuece entre cebollas, jazmines, rosas y laureles… La guitarra que rasguea entraña, bombea corazón, traquetea la carrillada; tiembla la escena de armonía, es el músico, que aparece, declama, entona, murmura… de todo lo que en la obra pasa, hace una compostura tierna.

Y nos arrastra, tira con sus cuerdas al concluir hacia la puerta por fin abierta. Entra la luz en la sala, salimos vivos hacia ella, la calle, el campo, la explanada donde se sirven las pucheradas.

Cuando el sol me ciega, lo comprendo, recuerdo. Esta mañana en la fuente, cuatro enlutados, entre todos no hacían un bisoñé de cabello vendido para un calvo, se me han venido encima. Ha brillado una cuchilla. ¡Cómo se reían, los cabrones! He pensado cuando me acorralaban que la sangre de la camisa no iba a poder quitarla. A ver si aun así despisto a la de la entrada… dos días llevo espiando cómo descuido a la que mujerona ha de ser para macerar el tinglado de lo que se cocina dentro del silo.

Olletas de ausencia, sartenadas de rabia, triturados los higadillos, avinagrados los sueños, amasadas las penas… bien guisado todo a la salida queda expuesto, cacillos y cubiertos junto a las viandas preparadas. Estiro el brazo para que me pongan un plato, el vaso en la mano izquierda. Me ignoran. Como la mujerona gestora de la entrada. Comprendo. Comprendo. Vivo en la calle, pelos churretosos y uñas renegridas. Comprendo. Dudo. Me acerco, poso la mano sobre el hombro del actor ancestro: no se vuelve. Abrazo a la mujer elástica para felicitarla y ella, inmutable, continúa sirviendo.

Comprendo, lo entiendo. Han guisado a los nuestros, me han braseado, dan a comer pasión, lucha, desengaño, extrañamiento, justicia, renuncias, dignidad, compostura de vida: nosotros.

Comprendo: Venancio Morante se dirigía hacia aquí. Han matado a un indigente, esta mañana -susurran tristes las voces-, venía camino del teatro.

Un hilo de acordes tararea el cantor a mi lado porque su música es ladina y ella sí que me ha visto.

La obra de teatro documental Cuando todos pensaban que habíamos desparecido ha obtenido en Firatàrrega 2015 el reconocimiento de un público que ha llenado su sala en la exhibición de todas las funciones.

Con el trabajo del músico autor Diego Paqué.

2 comentarios en “Nuestros muertos viven en la cocina

  1. Malditos sean los asesinos de la esperanza…, y enhorabuena, Leonor, por contarlo de esta manera tuya, contenida, lúcida y emocionante.

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