Una tarde libre, una tarde fuera de casa, una tarde con tacones, pantalón de raya y chaqueta fina de pana. Una tarde de ubicar espacios, estaciones de metro, esquinas de avenidas, terrazas urbanas, cervecerías, múltiples aceras y el 57, allí estaba.
Un escaparate atisbado que se alumbra porque ya ha oscurecido. Un gin para cuadrar reloj. Lo que he dejado de hacer por estar allí, a unos pasos del cruce de calles donde el 57 se abre. La manía de pensar dónde he dejado de estar, lo que he dejado de hacer, por ir a un lugar concreto. Repaso y repaso mental, alisar pensamiento. Si merecerá la pena. La elección del lugar, del tiempo, del acontecimiento ¿lo es?
Dentro hay personas mirando títulos, haciendo tiempo, charlando en pareja, en grupos de tres en medio de los que paso, disculpas, porque no queda sitio entre ellos y las estanterías, hasta lo que busco intuitivamente y a donde me dirijo, a donde creo debe ser el punto de encuentro. Casi vacío, unas cuantas sillas en torno a otras dos de madera con mesilla baja alumbrada.
Y las paredes, como si de una botica antigua se tratara, anaqueles individuales de madera blanca, ejemplares cada uno en su propia hornacina, colocados en v quedan todos los títulos visibles. Paneles hasta el techo habitados por decenas de libros.
Se llena la rebotica, las trastienda.
A donde he acudido para. Horas y horas de solitaria creación al teclado. Personas. Gente. Otros. Para sentir aliento humano. Aliento café con leche, caramelo de menta, se le cae el bolígrafo al de al lado, nos conocemos, ¡Hombre! -por qué no ¡Mujer!-, sorpresa de saludo ¿Qué tal, qué haces? Es entonces cuando se le resbala el boli, que se resiste, imantado en la baldosa, a quedar prendido de nuevo entre sus dedos. Me inclino ¿puedes, o te echo una mano?, me ofrezco, al boli del autor consagrado, que junto a otros, libreros, lectores, autores, editores, van caldeando el ambiente literario.
Dos editores hablan. Uno experto, una vida en la edición. El otro un recién nacido editor.
Su década en el oficio no le ha quitado la mantilla ni el bordado, de la humildad, la pureza, la sensatez con que cubre todo lo que desde la posición de sereno aprendiz, desgrana. La risa que nos arranca su amor y su inteligente humor por la literatura. Quieres seguir escuchando, qué dulce este joven editor, creo que argentino, con sus rizos, sus vaqueros, en réplica al vivido editor que explica su oficio.
Y ahí está, por lo que he dejado otras cosas, otras personas, otras actividades en la tarde, por lo que me he desplazado, buscado y encontrado el lugar en la ciudad, sola, apartando la soledad del teclado y la que produce encontrar a otros tan acompañados, entre el aroma de libros. Ahí está la frase, la idea.
Soy editor. Me puse en el empeño en el que llevo desde los diecisiete, a unos días de mi dieciocho cumpleaños, cuando para ser mayor de edad se necesitaba haber cumplido ventiuno. Soy editor porque quería que los libros que me ayudaban a mí, los que mejoran mi vida, ayudaran a otros.
El escalofrío llega, te recorre la espina dorsal y te hace frotarte los antebrazos. Cuando vibran las fibras. De la modesta autora que eres. Porque hay quien cree, y uno ahí mismo frente a ti, hay quien sigue confiado en la crédula, ingenua, deliciosa y un poco libre idea de que los libros sirven para una vida mejor.
Cuando el editor joven se pregunta por qué no hay miles de lectores para esta o aquél autor, me descubre a una de ellas, una por las que después de disgustos y sinsabores, mercados, premios para mí incomprensibles y letras que no dicen nada, la autora que el joven editor saca a la luz, emerge en mi vida.
La leo esa misma noche, Nell Leyshon y siento arrasa con la desazón, letargos, hastío, extrañeza en cientos de otras páginas, una vez más Literatura, me vibran las fibras.
Junto a la reciente Premio Nobel Alice Munro, gracias.
Y en todo ese tiempo, minutos hacia la anochecida, no encuentro en la librería ni una sola vez la palabra.
Ni editores ni lectores ni libreros ni lectores ni blogueros.
Electrónico.
Asociada a libro ni a nada.
Porque lo que importa ambos editores, nuevo y avezado lo saben, es otra cosa.