Me he despertado con una maravillosa euforia. Quizá porque comprobé otra vez que el alcohol fresco de las terrazas en verano no acompaña luego al sueño plácido. Y anoche bebí leche con mucho hielo.
Adormilada, con la brisa entrando por la ventana que grita venga ahora o luego ya nada, cambiarse, pantalón corto, camiseta de algodón y zapatillas, una lavadita de gato, ponerse cremas de sol, labios, manos, y a la calle.
Al principio hay que dejarse andar lento, como zombie, hasta que las piernas, los brazos y dedos de los pies se despiertan por las aceras también. Luego buscas la umbría del final del barrio, caminas la carretera que hace frontera con muros y grandes naves vacías y tras recorrerla un rato, te adentras en el parque con un lago artificial. Los aspersores están puestos, lanzan gotitas sobre el césped que lo cree lluvia, se pone verde clorofila ácida en la mañana de paseantes, corredores y esa cosa que no sé cómo se llama de trotar un poco con auriculares puestos y coleta ondulante al viento, muy película americana, anuncio de deportivas.
Somos los mismos cada mañana y nos conocemos así, sin conocernos: el que corre con cuatro perros a los que va llamando, que se paran a olisquear aquí y allá, la chica de la coleta y pantalón cortito negro, la pareja oriental siempre ella delante y él detrás, las tres señoras de chándal que al cruzarse contigo hoy he puesto cocido, no lo quieren, pero, oye, que de cuchara también en verano hay que comer; le digo a mí me da lo mismo la vida que lleve, pero que la nuera no tiene la culpa, es el hijo el que oye, que ponga las normas; de ella está diciendo eso, luego va y hará lo mismo contigo, se lo dice a la otra; las oyes hablar sin parar, como en fascículos coleccionables mientras pasan también el hombrecillo curioso de camisa malva junto al otro que debió ser un galán, buen pecho que muestra con la camiseta colgada del cinturón… el universo del parque.
Un pequeño orbe en realidad. Reflexiono sobre estas relaciones de ciudad, de vecinos que llevamos décadas viéndonos, acompañando a nuestros hijos a los mismos colegios, médicos, clases, a natación, gimnasia; cruzándonos en bibliotecas, pasos de peatones, tiendas y mercados del barrio… Envejeciendo juntos, sin sabernos y a la vez tan familiares: el librero que antes fue maestro, con el tiempo se jubiló y ahora su tiendecita es una peluquería rápida que llama con neones azules día y noche, los vislumbro al caminar por mi casa a oscuras, entra el azul eléctrico por las ventanas.
El panadero que luego amplió a charcutero, sempiterno abierto, esperando las cajas de cartón llenas de barras de pan y las porras cada mañana de lunes a domingo, todas, con la mujer, que pone nombre a como es conocido el negocio, su mostrador asignado, ella el pan, él los fiambres… Con el tiempo la mano pierde firmeza, sufrimos con el pulso que tiembla sobre el queso o la cinta de lomo, sentimos ¿con quiénes?
Gentes con las que compartes días, semanas, estaciones como esta, acalorada, qué calor, sí, qué tiempo, decían que no iba a venir este año, si, eso decían, pero mira, es tontería, yo le digo a mi hija: el verano es le verano, si ya lo creo, lo queramos o no, pinceladas de conversación con quienes te cruzas de los que quizá sabes por algún incidente o chisme o casualidad, con los que te haces un mapa: esa mujer su marido bebe, ella lo pasa mal, ese hombre se siente preso de su mujer, ella quiere que siempre vaya con él, que no mire a ninguna otra, quién me lo dijo, no me acuerdo, ella engorda a ojos vista, él tiene aire de escritor romántico; aquella mujer siempre sola y desgreñada tuvo una historia con el electricista que pasa cada mañana al café y copa con su compañero de faena, no sé qué habrá sido de esa historia y de esa vida, vivía en el bajo y su hijo cuando era pequeño siempre estaba encaramado a los barrotes de la ventana, por dentro, a los vecinos no les gustaba, los vecinos de este bloque se creen mejores porque hay varios ingenieros, economistas, de ese pelo y se sienten crême del barrio, por eso han peleado hasta vallar el recinto y sentirse así algo más los de dentro frente a los de fuera, argumentaban con los jóvenes que venían a amarse en los bajos ¿y dónde van a ir a encontrarse en la ciudad si no es en jardines y parques? también está la familia de los perros, somos fauna los dueños, más que los perros a veces, cada uno con su peculiaridad, cuellos de animal más adornados de lo que ha estado jamás el mío, algunos despliegan tal ternura y mimo como me cuesta imaginar hagan con su propia esposa, quizá ni hijos, tal vez con nadie, dueñas que regañan a sus perrillos como a nietos díscolos con parrafadas repetidas y argumentos subordinados…
Les miro, gente del barrio, querida Yun, les percibo con el pensamiento volátil, no fijado, impregnado de ocupaciones, planes, reflexiones, les miro y me veo, me envuelven y nos envuelven en la ciudades, ese estar sin estar, ese estar solo pero no, en unas manzanas que cuando frecuentas media vida es como un pueblo y que te hace preguntarte ¿qué es conocerse? ¿qué conocer o desconocer a los otros? ¿qué sabemos de las personas de nuestros entorno? ¿cuánto nos asemeja, cuanto nos diferencia? ¿cuánto soy como ellos? ¿Y ellos, me ven? ¿igual, similar, extraña?
Si aceptamos que los pueblos, playas, praderas, caminos, construcciones emblemáticas, ingeniería histórica o actual, que tanto buscamos en este descanso estival por la importancia del lugar, si consideramos lo determinante del espacio físico en un estado de ánimo y que es el territorio una seña de identidad, entonces ¿cuánto de estos otros con los que te cruzas son parte de mi, mi paisaje vital?
Hay una geografía en la ciudad trazada además de por edificios, calles, aceras, estaciones… por sentimientos, ideas, historias, millares de pensamientos en las cabezas de todos esos conocidos desconocidos que es la humanidad que te acompaña y que, cada día, dibujan el contorno de nuestra vida.