El tocón

Lecho del tocónCada Mañana me cruzo con un tocón. Me subo encima de los diez centímetros que lo elevan sobre la acera y pido un deseo.

Cuando tenía que llevar a mis hijos a la escuela y a la guardería necesitaba mucho tiempo por lo distantes una de otra y ambas con las oficinas de mi trabajo diseminadas por la ciudad y sus afueras. Las madres que hemos tenido que encajar los bolillos del trabajo dentro, trabajo fuera y cuidado de los hijos sabemos lo que es buscar, encontrar y correr a diario en pos de una guardería. Si la edad del pequeño le hace ir en silla, empujas el carrito como si llevaras motor, para entrar puntual a escuela, guardería y redacción.

Si ya camina, un ingenio para que sus pequeños pasos nos hagan llegar a tiempo es el tocón.

Mi hija y yo nos subíamos en cada uno que encontrábamos por las aceras del barrio, y abrazadas, dábamos un giro en pequeños saltitos mientras la animaba: venga, piensa un deseo.

Así, con la acogida y danza sobre el árbol talado, de uno a otro por las calles, alcanzábamos el destino con risa y buen humor. Nunca podíamos contarnos lo que habíamos pedido, para que se cumpliera, claro. Hoy, con una hija adolescente, apenas caben nuestras botas enfrentadas sobre la madera redonda de los tocones que encontramos, sin embargo, seguimos con la broma, como recuerdo de infancia y ternura.

Quienes a veces me acompañan en mis caminatas han aprendido e imitan la acción de subirse al tronco raso que hay junto a una farola -uno ancho y gordito que debió dar sombra agradecida a todos aquellos que esperaban el autobús-, y piden también un deseo. Si uno de los caminantes va charlando y  con la pasión de la conversación está a punto de pasarse el tocón habitual, los otros frenan en seco, se suben, juntan pies y mira hacia arriba uno, da saltitos otro, se concentra un tercero… cada cual expresa mentalmente su afán y el grupo sigue andando como si tal cosa.

Esta mañana, en mi vuelta matinal, la porción redonda y compacta humedecida por las lluvias de mi tocón favorito estaba siendo sacada de su lugar. Parece mucho más grande de lo que imaginaba. Dos operarios vestidos de amarillo hacen un cerco en torno a él, de donde extraen la tierra y después sus raíces.

Pudiera haber ocurrido que el tocón fuera separado del sitio donde debe llevar años ayer a media mañana, o por la tarde. Entonces hoy, al acercarme en mi paseo, hubiera encontrado la desazón de un hueco; o concentrada en mis reflexiones hubiera pasado de  largo ante el rectángulo de tierra removida, sin restos de nada que recordara hubo una vez allí un árbol que creció elevándose hasta el cuarto piso del bloque cercano, y lo hubiera echado de menos ya cerca del parque, o al dejar la carretera de los aviones.

Sin embargo en este preciso rato en que cruzo cada mañana, allí estaba, a punto de desaparecer el tocón depositario de mis deseos. Y eso que esta vez llevaba anticipada la petición, pensada y lista para dejarla plantada sobre su textura viva, alivio de acera, placer de suela.

En lugar de apenarme, mientras busco por el camino un hermano pequeñito de tocón inclinado, del que casi me caigo al saltar sobre él, en el que me empeño, porque el deseo preparado hoy tiene derecho a descender de mi hasta la corteza rugosa, resto del esplendor que fue y de ahí a la tierra y de ella a quién sabe…

… pienso que bien pudiera ser asistir al momento exacto de cómo desparece lo que creemos siempre estará ahí, una indicación de que no son necesarios tantos deseos, tantos cada día, sobre tantas cosas que anhelamos, y que tal vez baste uno poderoso que englobe a todos:  el de vivir. Con paz.

Porque como oigo decir en Plautdietsch –idioma de los menonitas conocido como bajo alemán-, a Marianne en Luz Silenciosa, película dirigida por Carlos Reygadas, y necesito v.o en castellano, claro, que menonita aún no me he hecho aunque hable con los tocones, la paz es más fuerte que el amor.

3 comentarios en “El tocón

  1. Diría que cada día conozco un poco más de tu manera de escribir de abajo a arriba, y manteniendo la tensión y la emoción hasta el desenlace, bien preparado a lo largo del relato…
    El tocón sigue ahí, no lo ves? si, si lo ves, cierra los ojos… lo ves ahora? Es lo que ocurre, nos apegamos demasiado y olvidamos lo realmente importante…
    Tu niña se hace mayor y las cosas cambian… es la Ley de la Naturaleza… y la de los tocones, también…

  2. Ohhh !!! Que penita Leonor, ese Tocón era nuestro confidente e intermediario con la Madre Tierra. Quiero pensar que con nuestros deseos se le devolvió una función más.. la de llevarlos allá donde vaya para que sean cumplidos en su trasformación. Ahora a por otro ¡¡¡

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