Mientras me obligo a comer dos cruasanes pequeñitos con el café, te recuerdo diciendo que te vas y que me cuide. Ya en el edificio y dentro del ascensor me he negado el gesto de quitarme las gafas, para verlo todo como en penumbra, con esa luz de infancia que adormecía mis temores.
Intento apartar la tristeza y manoteo en la mente sin rozarle un ala; así la congoja sigue revoloteando en casi cada cosa que hago.
Voy al baño. Pienso en ti: jurando. Me permito pensar en ti: te lamentas, desesperado por entrar en el cuerpo que me veo mientras vuelvo a vestirme en el lavabo.
Recuerdo: la luz al fondo, allá abajo, tus piernas lentas, andar pausado, detenido entre las tinajas. Donde yo estoy: frescor oscuro, tengo un vaso en la mano. Si me inclino, conforme desciendo, más de ti aparece, te veo, ahí solo entre los gigantes de barro. Ya te acercas. Subirás los escalones. Dudo si marcharme… fuera, al mundo exterior de música, gente, fiesta.
Ya has subido, con tus enormes pies donde posar el cuerpo y por encima de todo, faro de ti, de mí, a donde volverme, tus bellísimos, limpios, asombrados ojos azules. ¿Qué te está pasando?
Son las 16:00. Van a ser las cuatro.
Me duelen todas las cosas que nunca podremos hacer, y me duelen una por una. Casi podría gritar en el lamento.
Que se caigan las hojas, secas de nuestro deseo
Y yo las vea caer sin moverme
Y me imagino amor, caminando entre árboles
Recordando lo que nunca te dije, lo que no te escuché, lo que no te tuve, lo que no pude darme… caminando despacito por los senderos apagados, crujirán las ramas pisadas del suelo, su chasquido pondrá música a los claro oscuros de mis pensamientos.
¿Qué ha ocurrido si todo estaba armado?
Odio tu recuerdo años antes de que pase
Odio que me hagas sentir
Débil
A la deriva
De tu mirada, tus manos, tu respiración.
Me siento tan triste…
Y todo porque van a ser las cuatro.
Si me esfuerzo veo por la ventana la carretera del norte. Por donde sentado conduces. Tus dedos, la piel en torno a las uñas, tus brazos estirados, sobre épocas pasadas… por la carretera se va tu aliento, tu aire, la cadencia de cómo respiras, tu mirada tan clara en la que quieres nadar.
Las cuatro. Te vas, temeroso aún, preguntándote una y otra vez, sin voz: qué pasa, qué pasa, por qué pesa tanto la distancia que pone esa maldita carretera que queda a mi espalda.