Ganan un salario equivalente a unos seiscientos euros, cuando está bien. La comida, electrodomésticos, transportes, tienen un coste similar al nuestro.
El interior del país, rural, va perdiendo una forma de vida por la cual una familia subsistía con el producto de su pequeña chacra. Ahora las tierras han subido de precio y son compradas por interesados en adquirir grandes extensiones con las que obtener latifundios. Su presidente, Pepe Mújica como le llaman afablemente, intenta que a partir de determinadas hectáreas, la finca haya de tener un uso productivo.
El presidente Mújica estuvo varios años preso, fue torturado al igual que otros muchos y su propia esposa, a la que le dejaron secuelas físicas permanentes. Otros tupamaros levantaron sus casas de chapa, adobe y madera agrupados para hacer una vecindad entre varios.
Las casas son humildes, salpican o se alinean entre la frondosa vegetación que hace de todo el entorno un vergel ininterrumpido. Ombúes, qué nombre tan sonoro para sus árboles de anchos troncos. Y palmeras de butiá, con cuyos frutos hacen licor.
En la costa hay un lugar donde los acaudalados turistas de los países vecinos, sobre todo argentinos, pero también provenientes del Brasil, tienen sus lujosas casas. Es la desembocadura del Río de la Plata, la más extensa de Sudamérica después de la del Amazonas, nos cuentan. Nunca sé bien si es mar o río lo que veo.
Por sus tres millones de habitantes otros países miran a Uruguay como buen destino donde aligerar la superpoblación que padecen.
Pregunto por sus universitarios y un amigo me dice que están cerca de ser doscientos mil en todo el país. Voy comprobando que se destina presupuesto a iniciativas culturales y se beca a estudiantes para salir a formarse al extranjero.
Creo que aún les queda bastante por aprender en la igualdad de los sexos, pero teniendo en cuenta que comenzamos antes habría que preguntarse si tenemos nosotros la asignatura superada con nota.
La inmensa mayoría, y digo casi todos, portan un termo con agua bajo el brazo y un cuenco de madera, cristal o cerámica envuelto en cuero donde vierten el agua sobre unas hierbas picadas hasta lograr una infusión que absorben por la pipa llamada bombilla. Es el mate. El hábito es tan común que casi en cualquier lugar hay un dispensador de agua caliente, en gasolineras, cafeterías y hasta el mismo coche de bomberos, si les pides, te pueden llegar a dar. Caminan con sus utensilios por la calles, bajo el brazo o en el interior de una caja que les permite depositar termo y cuenco en el suelo, o incluso mientras conducen una motocicleta.
Invitan a mate como un ritual, en el que uno de ellos ceba, es decir, va vertiendo el agua poco a poco en el cuenco, con la medida justa para unos cuantos sorbos. Pasan el cuenco entre los amigos, que se bebe de la misma boquilla, hasta que acaba el líquido y se devuelve para que vuelva a ser cebado y pasado al siguiente.
La ciudad de Montevideo, su capital, está flanqueada por la Rambla, kilómetros de paseo con laderas de hierba que acaban en torno a la playa o el mar. Hay edificios tan lujosos como los de cualquier barrio elegante de una ciudad europea, que dejan ver el interior sin cortinas recordando a las casas holandesas.
Conviven con un centro viejo que recuerda una ciudad española de los cincuenta, con familias viviendo en bajos oscuros y edificios preciosos que pedirían a gritos un lavado de su fachada para recuperar presencia y esplendor.
Por las calles, casi a donde mires, al final se ve el mar ¿o era río?
Bailan candombe al son de tambores en plazas y calles, provocando el baile torpe del turista europeo que no puede estarse quieto ante los sones tribales. Gente de todas las edades bailan y siguen al grupo de tamboriles que suenen en cualquier rincón o por su plaza del mercado, donde ya no se compra, solo se come, sobre todo asados.
Huele la ciudad a eso, carne a la brasa en el mediodía y a sal si llueve y viene de la Rambla el aire.
Como lo he percibido, el uruguayo es tranquilo y propenso a la risa. Al atardecer su Rambla capitalina se llena de corredores, caminantes, patinadores y gente que se desperdiga por la arena y las praderas. Algunos llevan sus sillas plegables, otros sobre la hierba, con el sempiterno mate a su lado. Vendedores ofrecen empanadas de carne y de dulce de leche en sus cestas de mimbre. Compran grupos de amigos, parejas y familias. Hay muchos niños. Quizá sea el verano, pero ríen. Me hace sentir: podría vivir en una ciudad así.
Para mí ya la República Oriental del Uruguay será siempre, porque es, bella.