Escribo desde una cama concheta en una habitación concheta de una casa concheta en el concheto barrio bonaerense de Recoleta.
No sé si capto bien el sentido que los argentinos dan a esta expresión: concheta. Intuyo que es sinónimo de confort y riqueza. Como me gusta la palabra, el barrio de amplias calles arboladas, la casa con largo salón enmoquetado, la habitación que me acoge cómoda e independiente, su balconada sobre los ruidos de la calle filtrada de hojas verdes, repito la palabra en mi cabeza. Concheta.
La dueña de la casa, nuestra anfitriona, es tan bella como una concha marina, y así son sus ojos, vivaces a la vez que serenos entre el flotante cabello negro. Cuando pienso en Andrea, que así se llama esta argentina descendiente de suizos, no puedo evitar reflexionar en todas las personas que hemos ido encontrando. Qué gran mezcolanza de orígenes, que variedad en el lugar de nacimiento de su progenitores: italianos, españoles, suizos…
Cuando llegamos… bueno, veo que hablo en plural, y que ya es hora de explicarme. Viajamos mi hermano Diego y yo. Él con su guitarra y sus canciones lleva ya varios meses por aquí. Si solo fuera por los ataques de risa que nos dan frente a determinadas situaciones que nos toca vivir juntos, ya habría merecido la pena el periplo. Esa risa que en una calle, en un autobús o de cama a cama por la noche me hace sentir: esto es ser feliz. Se nos ve felices, cualquier persona anónima que se nos cruza puede pensar que estamos locos. Y es cierto: locos de alegría. Qué risa nos da cuando el otro dice o hace alguna tontería, alguna observación ridícula o absurda.
Pues cuando llegué a Uruguay pasamos un par de días donde se aloja mi hermano, invitado por una amiga con la que hace unos años comparte veranos en Menorca, Lilian.
Lilian lleva tres décadas viviendo a caballo entre Uruguay, Menorca e Indonesia. Tiene tienda de ropa y adornos en una zona de su país semejante a las nuestras de costa, como pudiera ser algo entre Benidorm y Marbella. Cuando está aquí atiende a su madre, Margarita, que dice Lilian siempre la empujó a ser independiente. Margarita es una mujer alegre y vital que vive con una seria distrofia en sus piernas y que a sus más de ochenta años, en su casa de campo, humilde y básica, ríe y cuenta, trabaja su jardín, cuida de su perro y victoriosa, con la boca llena de risa dice:
No me entrego, yo no me entrego.
La miro, ese casi siglo acomodado en un sillón frente al ventilador, las fotos de sus nietos a caballo, cerca, el perro sobre la sábana bordada que le extiende bajo la mesa, la televisión enfrente, el trozo de jardín que se ve por la ventana, miro sus ojos francos, llenos de vida y pienso: pues yo lo mismo. Yo tampoco.
No me entrego, yo no me entrego.
qué felicidad leerte tan feliz!
Leonor, escribes tan bonito, que cuesta responderte…me encantan tus palabras y tus visiones de las cosas, yo tambien me apunto al no entregarme! desde Madrid donde todo sigue igual y nada es ya lo que era….besos
Decirte, Leonor, que tu nota me ha emocionado y se me han más que humedecido los ojos…gracias por tu sensibilidad, y por saber trasmitirla…
Y que sigas regalándonos ésa mirada tuya sobre el transcurrir que en éste momento transcurre por el Rio de la Plata.
Las palabras
los silencios
las reflexiones de tu muñeca a mi caballito
de tu lapicero a mi pizarron
de tu sien a mi vientre
de ti pa’l mundo
lo haces mas liviano y vital
vida
vive
ve
veo
vuela
vuelve