Del frío al sol

Cuando salgo a caminar a primera hora de la mañana, o mejor a última de la noche, porque aún está oscuro, y siento el frío a través de los pantalones elásticos, abrigada con gorro, guantes, camiseta alpina y cazadora cortavientos, pienso que en unos días estaré intentando respirar en el calor del país a donde viajo.

Y en mi caminata recuerdo la edad que tenía cuando hice mi primer viaje. La primera vez que salí del país tenía 33 años.

Me sentía muy mayor para no haber traspasado nuestras fronteras, rodeada de una generación que había iniciado vacaciones juveniles en albergues, estancias para aprendizaje de idiomas, o de intercambio en casas europeas.

Cuando decidí mi viaje de entonces no pude organizarlo a través de clics de ordenador. Si existía tal posibilidad, no era masiva y desde luego, yo no la conocía. Fue  necesario acercarme a una oficina de turismo, ubicada en un edificio en el centro de la ciudad. Y traje a casa una guía de papel con indicaciones de casitas de alquiler.

Me sirvió para decidir  un destino no muy caro en una isla de Inglaterra. Un cottage en el condado de Kent. Ese iba a ser mi puerto.Conetts

La aventura era inmensa porque la guía no tenía ni una sola fotografía –menos aún comentarios de viajeros anteriores-, debías fiarte de las indicaciones como distancias kilométricas, tiendas y servicios disponibles en el pueblo más cercano, acondicionamiento de la cocina, si las ropas del hogar estaban incluidas o que la calefacción funcionaba por monedas, para reservar alojamiento.

El sitio que buscaba debía servirme de punto desde el que moverme luego por el país. Algo más que un fin de semana o unos días. Era un viaje al que iba a dedicar tres meses.

Al planear el viaje me había preguntado, dado el tiempo que permanecería fuera, qué era aquello de lo que no podría prescindir durante esa temporada alejada de casa. Y me lo llevé.

El día anterior a nuestra partida mi hijo, que me acompañaría, cumplía cuatro años.

Amigos, familiares y otros seres queridos podrían venir a visitarme haciendo uso de los dos bonos a precio especial por contener veinte vuelos cada uno, que compré para regalarles.

Hoy viajo sola. Tengo dos hijos a los que quizá he sabido transmitir el valor de la búsqueda. Responsables e independientes, sienten la tibieza de quedarse en su vida mientras mamá viaja en la suya.

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